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Palabras de despedida, con motivo de la jubilación de la Enfermera Lolita Rodríguez Ramirez:
Dr. Manuel Campuzano Fernández

No tengo palabras para agradecer a la vida y a ustedes la oportunidad de hacer la presentación de la C. Enfermera María Dolores Rodríguez Ramírez, en esta ocasión en que el Colegio de Enfermeras le rinde merecido homenaje.

Lolita, como desde ahora en adelante la llamaré, nació en Salvatierra, Guanajuato, hija de Don Ladislao Rodríguez y Doña Julia Ramírez, es miembro de una familia de 10 hijos de los cuales sobreviven 6.

Cuando ella contaba con 11 años de edad, padres y hermanos se trasladaron a vivir a la capital. Fue inscrita en la Secundaria 2 de la calle Belisario Domínguez, donde cursó los estudios correspondientes. Al regresar de ahí, el Dr. Cayetano Andrade, paisano de Salvatierra y amigo personal de su padre, médico del Hospital General de la Secretaría de Salubridad, la tomó de la mano para llevarla como observadora voluntaria de los quehaceres de enfermería en su servicio.

Ahí nació su vocación original y su deseo de estudiar. La carrera de Enfermería General duraba 3 años y debían cursar dos más para poder egresar de ella con el grado de partera. Lolita ingresó pues a la carrera profesional adolescente y egresó de ella también apenas terminando de pasar su adolescencia.

De esa remota época que corresponde a su paso por el Hospital General, cabe recordar las figuras de los Maestros Moreno y Bermúdez, consagrados a la conducción de la carrera de Enfermería. Cuando también se hallaban en su apogeo los prestigiosos médicos de la talla de Abraham Ayala González, Darío Fernández, Gonzalo Castañeda, Ignacio Chávez y Salvador Zubirán.

De la época en que cursara la especialidad en partos, recuerda al Dr. Alfaro de la Vega y como compañera a Elenita Velarde, quien más tarde llegara a trabajar con nosotros a nuestro Nutrición de la calle de Dr. Jiménez.

Lolita trabajaba haciendo guardias de noche como auxiliar y después como pasante por una modesta remuneración para poder estudiar de día y contribuir al gasto familiar. En esa forma rotó por varios de los 31 pabellones del Hospital General.

En el pabellón de pensionistas, también llamado Gastón Melo, le tocó trabajar al servicio de Guadalupe Lemus, quien después fuera Jefe de Enfermeras del Hospital General. Por recomendación de ella pasó al pabellón 9, que 2 años más tarde se convertiría en Hospital de Enfermedades de la Nutrición del cual era Jefe la Enfermera Jovita Cedillo. Corría el año de 1944. Lolita ingresó al Pabellón 9 acompañada de su inseparable Tere Becerra, también de gratísima memoria para los que tuvimos el privilegio de tratarla durante su corto tránsito por la vida.

Como médicos de base trabajaban en ese entonces en el Pabellón 9, los Maestros Zubirán, Sepúlveda, Miranda, Gómez Mont, Llamas, Hilario Pérez, Baez Villaseñor, Hernández de la Portilla, Sánchez Medal, Ruiloba, y otros más jóvenes se capacitaban en el extranjero para regresar ahí.

Como enfermeras compañeras de aquellos tiempos, recuerda a Tere Becerra, Santillán, Julia Muñoz, Rosita Ibarra, María Luisa Saldívar, Celia Aviña; como auxiliares a Magdalena Toledano Lucía Rodríguez y Marco Antonio Romero.

Como funcionarias administrativas a María Aguirre, Augusta Garza, Sarita Cárdenas y Lupita Treviño.

En Laboratorio Clínico al Maestro Illescas, Chabela Escobar y un mes más tarde Celia González Muñíz.

Es justo hacer notar que Lolita llegó a Nutrición con nombramiento de Subjefe de Enfermería, no obstante su tierna edad, lo cual hace ver la excelente capacidad de Jovita Cedillo para muchas cosas, entre otras para saber escoger a sus colaboradoras.

En 1957 la Dirección del Hospital, a cargo del Maestro Salvador Zubirán, planeó con Jovita una serie de viajes al extranjero, que realizaría Lolita con miras a la fundación de la Escuela de Enfermería y a la modernización de los servicios de la misma rama, pues se proyectaba ya una nueva institución que abandonaría sus instalaciones de Dr. Jiménez para funcionar en otras más modernas ubicadas en la esquina de Avenida Cuauhtémoc y Baja California.

Por ello Lolita deambuló por más de un año por los Servicios de Enfermería del Hospital Universitario de Columbus Ohio, de Baltimore, de la Universidad de Columbia y de Galveston Tex.

Estando Lolita en el extranjero, en el año de 1958, se fundó la Escuela de Enfermería del Instituto. La Enfermera y Administradora Alicia influyó para que la primera Directora fuera la Enfermera María Elena Maza Brito, en cuya memoria la mencionada escuela lleva su nombre actualmente. A partir de su fundación, la Escuela y el Servicio de Enfermería vivieron un relativo distanciamiento.

Colaboraron con la Escuela en sus etapas iniciales, Columbia Ávila, Noemí Catenco y Carmela Torres.

Jovita Cedillo se jubiló en 1961 y Lolita Rodríguez ocupó su puesto con el nombramiento de Jefe del Departamento de Enfermería del Instituto Nacional de la Nutrición.

En 1962, el edificio de la esquina de Avenida Cuauhtémoc y Baja California pasó a ser propiedad del Seguro Social y Nutrición permaneció donde estaba por 10 años más.

Lolita volvió a salir del país becada por la Fundación Kellogs a visitar Hospitales en San Francisco y los Ángeles en 1959. Más tarde, en 1960 salió al Hospital Anderson de Houston. El principal objeto de esos viajes fue hacer observaciones en lo tocante a administración de servicios de enfermería y funcionamiento de unidades metabólicas y de terapia intensiva.

De sus experiencias en los servicios de Enfermería del Hospital de Enfermedades de la Nutrición y de los Hospitales del extranjero que ella visitó, surgió la abundante papelería para el registro clínico y archivo de datos, que se adaptó a los diferentes servicios: Urgencias, Hospitalización, Terapia, Cirugía, Consulta Externa, Unidades Metabólicas y otros, que se encuentran en uso corriente hoy en día. Muchas fueron las formas de papelería inventadas por ella y ponderadas por nosotros en diferentes servicios y especialidades, así como muchos fueron inventadas por nosotros y ponderadas por ella.

En los primeros tiempos del antiguo Hospital, mientras tuvo su sede en Dr. Jiménez, Lolita estableció la costumbre de que el Jefe de Piso, o sea ella, pasara visita con el Jefe Médico del mismo. Ella aportaba lo referente a los problemas personales y familiares de los enfermos, muchos de los cuales solo pueden ser apreciados por las enfermeras y, además era el factor para coordinar de manera perfecta los exámenes de laboratorio o gabinete a practicarse en todos y cada uno de ellos.

En el Colegio de Enfermeras cooperó como encargada del Comité de Afiliaciones y fue Secretaria de la Mesa Directiva. Asistió en esa época al Congreso Internacional de Enfermería realizado en Los Ángeles en 1981.

Ya no volvió a ocupar cargos pero cooperó en intercambios académicos. En 1988 fue creada en el Instituto la División de Enfermería y tuve el privilegio de nombrarla titular de la misma, con lo cual se cumplió el sueño acariciado por ella y por mí de fusionar docencia y servicio en Enfermería, que hasta antes no habían tenido ligas administrativas por azares del destino en parte ya comentados.

A lo largo de los años pasaron por los servicios de enfermería a su lado, Heber Campuzano, Silvia Rico, Ángeles Salinas, Silvia Pérez, Elisa Parera, Guadalupe Trejo, Guadalupe Colín y otras que ocuparon cargos importantes en otras instituciones y muchas otras también que siguen otorgando sus mejores esfuerzos aún en el Instituto.

“Juro solemnemente ante Dios y en presencia de mis compañeras, llevar una vida pura y ejercer mi profesión con devoción y fidelidad. Me abstendré de todo lo perjudicial y maligno y de tomar o administrar a sabiendas, ninguna droga que pudiera ser nociva a la salud. Haré cuanto esté en mi poder para elevar el buen nombre de mi profesión y me dedicaré a atender a todos los que estén encomendados a mi cuidado.”

Este es el juramento de Florence Nightingale que todos ustedes conocen y que Lolita cumplió e hizo cumplir con una voluntad inquebrantable.

El tiempo que todo lo consigue, fue modelando en ella a una excepcional cumplidora del deber y a una excepcional vigilante del cumplimiento del deber.

Nunca faltó a su trabajo y siempre llegó al Instituto a las 6:30 de la mañana durante 50 largos años. No me había percatado de que quizá el día de hoy estemos celebrando también sus bodas de oro de graduación profesional. Esa puntualidad en la perseverancia requiere también de una salud como la de ella, capaz de resistir toda prueba.

Siempre ha estado enterada antes que nadie de cualquier acontecer en el Instituto no me refiero al área de enfermería, sino a las demás áreas de servicio.

Su vida privada ha sido de una moralidad inquebrantable, misma que exigió a todo el personal subordinado a ella por lo menos dentro de los límites geográficos de la institución. El reconocimiento en ella de todos, de su autoridad moral. Ya parece que la recuerdo diciendo a cualquiera: te he visto platicando demasiado seguido con fulanita, que explicación le daría a sutanita si lo supiera, no conozco a otra que se haya dado el lujo de regañar hasta a un Secretario de Estado.

Lola se ha sabido la vida privada de todos y todas y cada uno y en no pocas ocasiones ha intervenido a tiempo en aras de la fidelidad enarbolando siempre la espada de las causas justas.

Fue sumamente rigurosa en la administración de turnos, roles y oportunidades, quizá demasiado según muchos que jamás llegaron a conocerla y que nunca llegaron a conocer sus razones.

Sí fue rigurosa y exigente pero no conoció debilidades, preferencias o favoritismos, no se auto permitió que su sensibilidad, hermana del afecto, inclinara la balanza equivocadamente a la hora de las decisiones vulnerando el principio de la justicia y el deber. Sí fue casi inexorablemente estricta, pero jamás injusta y nadie mejor para reconocer esto que aquellas que padecieron la aparente dureza de esas decisiones; mismas que después sólo han tenido para con ella reconocimiento y gratitud. Lolita, herméticamente discreta jamás divulgó explicaciones de su proceder y prefirió que en ocasiones se cuestionara su aparentemente excesiva autoridad justificaciones que la hubieran exonerado pero hubieran dañado a otras.

Aún ahora Lolita, que no quiero que después del párrafo anterior quede la idea de que es una vieja con carácter agrio, tiene un gran sentido del humor, hace bromas constantes a costillas propias, lo cual revela especial inteligencia; acepta bromas de los demás con grandes límites de tolerancia, ríe frecuentemente con espontaneidad y fluidez, ama la vida, le gusta viajar dentro y fuera del país, comer bien y cantar mejor, tiene un gran repertorio de canciones rancheras, corridos y boleros; es amiga excepcional y cuenta con enorme legión de ad- miradores entre los cuales hace muchos años yo milito humildemente.

Lolis, con el profundo conocimiento del diario acontecer que la rodea, comenzó a escribir desde muy joven un libro o anecdotario, titulado la Historia Amorosa del Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubirán. Ella me ha relatado algunos capítulos. No es ahora ocasión propicia para referir ninguno de ellos; pero el capítulo que se refiere a su vida personal está vacío; se le sabe muy poco de ese poco que se sabe nada consta.

Todos los aquí presentes podrían pensar que nunca se casó. Pero quiero contarles en este solemne acto en que la sociedad se reúne para rendirle homenaje y juzgarla de alguna manera, que están en grave error porque tuvo dos grandes amantes y lo que es peor, vivió con ellos al mismo tiempo, el primero fue su carrera y el segundo el Instituto. A ambos consagró su vida con fidelidad inigualable, con ambos procreó numerosa prole de enorme calidad profesional y humana y ambos tienen para con ella una deuda de gratitud que sin duda se agigantará con el paso de los años pues jamás se ha conocido amante más fiel ni madre más abnegada.

No quisiera dejar sentir que en este momento estamos protagonizando todos los aquí presentes un acto anacrónico.

Estamos acostumbrados hoy en día a reunirnos para festejar el triunfo de un partido o la declinación de otro, para celebrar el alcance del poder o del éxito económico, por tanto, extraña que estemos convocados para honrar a quien cumple 50 años de haberse entregado en cuerpo y alma a una causa noble y que logró sostenerla en su lucha sólo con las armas de la honradez, la lealtad, la justicia, la rectitud, la verdad y el amor.

Lolita, tú me abriste tu corazón guerrero, sobre todo en algunos de los momentos difíciles por los que solías transitar en tus decisiones y en cada uno de tus actos pude apreciar tu grandeza. Acepta mi admiración por ti, te la tributo simplemente por ser como eres.

El día que entré como Director a Nutrición te otorgué el nombramiento de Reyna del Instituto. Hoy asistimos a tu coronación no estaba yo equivocado.

Lolis se retira de su único y último empleo que haya desempeñado en su vida, el de Jefe de Enfermeras, en plena capacidad, experiencia y vigor y a una edad tierna, teniendo en cuenta que su papá vivió 105 años y su mamá 92, lo cual promedia 98.5 que espero ella sobrepase fácilmente. Que el destino te depare mejores alternativas un un futuro próximo, es mi mejor deseo.

Muchas gracias,

Manuel Campuzano, 1994

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